Todos los ciudadanos deberíamos responder a esta pregunta

La música es para ambientar el artículo. El artículo,de José Luis González Quirós, apareció en El Confidencial el 9 de Julio.



¿Hay energía moral en la sociedad española para oponerse a las simplezas de ZP?

Los dirigentes de los partidos, encelados en su empeño por acrecentar la clientela, pueden llegar a confundir los límites de su organización con el sistema mismo. Muchos querrían que su partido no fuese una parte sino el todo. Los partidos nacionalistas incluyen esa aspiración en su ideario, porque ni siquiera pueden concebir que un buen patriota no les vote, pero el mal es más general.

Zapatero se ha descolgado el domingo con un discurso de clausura de su Congreso que, además de destilar una autocomplacencia sin límites, incurre plenamente en el error de principio de identificar a su partido con la democracia. Su razonamiento no es muy sutil, pero tiene la fuerza que siempre acompaña a lo que se repite entre aplausos que no cesan. “Compañeras, y compañeros”, dice a sus arrobados camaradas, “representáis al Partido que más se parece a la (sic) España y al Partido que más se parece a la España que confía en sí misma”.

Esta premisa, proclamada inmediatamente después de los saludos de rigor, invita a una serie de interesantes consideraciones. La primera es que la autocomplacencia deja de ser una característica psicológica moralmente discutible para convertirse en un deber moral: se da el salto del parecido de hecho al parecido como obligación, porque la representación no es una delegación sometida a reglas, como se defiende en la democracia burguesa, sino una identidad absoluta entre el pueblo y sus representantes, entre los representantes y su líder. Y si esa identidad existe, es obvio que quienes se salen de ella son enemigos de la democracia: la vieja derecha que vuelve una y otra vez por sus fueros de conservadurismo y opresión.

Una segunda consecuencia de esa manera de pensar es que la crisis -debida a causas exteriores, pero que Zapatero, abierto, flexible y realista, ni nombra ni niega-, debe afrontarse con optimismo y esperanza, confiando en el gran timonel y en sus tecnócratas. Cuando se parte de la identidad entre España y el partido de ZP, no queda lugar alguno ni para el pesimismo ni para la crítica, lo que legitima el diagnóstico de Zapatero sobre los antipatriotas que “se regodean” con las dificultades porque “confían en que las cosas se tuerzan para llegar al poder”, gentes, en fin, que quedan retratadas como se merecen en otro párrafo del alegato congresual: “se apuntan con fruición a la crisis porque aspiran a que las drásticas recetas para salir de ella reacomoden ventajosamente sus intereses”.

Ante un panorama así, ¿en que ha de consistir la política? El PSOE se presenta como la fuerza del cambio (lema del Congreso) y ZP explica que la invocación ase Cambio, con mayúsculas, cuando se está en el Gobierno, apunta a algo que “está mucho más allá de una alternancia en el Gobierno”, que, por eso mismo, es un mero instrumento de una fuerza que “viene de lejos y que va aún más lejos”. Una fuerza que se propone transformar el presente desde el Gobierno e imaginar el futuro desde las ideas.

Este discurso es coherente precisamente porque está vacío, y puede estar vacío porque vive de la convicción de que no tiene rival. Zapatero desprecia infinitamente sus alternativas y se ve retratado como la más bella en el espejo de las carencias ajenas. No ignora que hay zonas de la realidad española que no se le someten, pero cuenta con tiempo y paciencia para iniciar un cerco paciente en el que no serán aliados pequeños las torpezas y vilezas de algunos de sus supuestos adversarios.

El leonés advierte que el PSOE tiene ideas, pero que esas ideas son, sobre todo, acción, y no hace falta ser muy avispado para adivinar que se dispone a derribar metódicamente toda clase de símbolos que recuerden, aunque sea vagamente, una realidad distinta a la que él propone, todo discurso que difiera del que, según nos dice, la gente desea oír. El PSOE se presenta como un partido que da “tranquilidad a la ciudadanía”, que le da las cosas pensadas, que le ofrece las conquistas por contrato.

¿Habrá energía intelectual y moral en la sociedad española como para ofrecer una alternativa a tanta simpleza? Zapatero cree que no, y se precia de conocer muy bien a una derecha que se avergüenza de su nombre. En su discurso, ha trazado magistralmente el campo de batalla en el que espera aniquilar lo que queda del pasado, esa derecha triste y antipática que es la responsable de todos los males que afligen a los españoles, males que él ha disipado con un par de eslóganes, cuatro fintas y algún gesto torero. ¿Será verdad que hay gente capaz de no resignarse y de plantear una batalla frontal e inteligente a esta izquierda encantada de haberse conocido? No creo que ni la Bolsa ni la inflación tengan la respuesta. Hacen falta políticos y no figurantes a sueldo del sistema en el que felizmente impera ZP.

Anochece en Cádiz


... ojalá estuviera allí para contemplarlo otra vez.

Reflexiones en torno a CiuDem

Desde hace casi medio año, un pequeño grupo de internautas nos hemos ido congregando en torno al proyecto de Ciudadanos por la Democracia (CiuDem), en el que actualmente participan 23 miembros (29, si contamos los de las redes sociales) y mantiene, gracias a los esfuerzos impagables de algunos de sus integrantes, una red de recursos con una actividad diaria.

Por sus orígenes, CiuDem es una asociación libre de ciudadanos que desean la democracia. Los objetivos de nuestra asociación virtual son, como reza la portada de nuestro blog, compartir la búsqueda de un sistema político justo, empezando para ello a reunirse con ese mismo espíritu, esperando el consejo de aquel que nos lea y sienta lo mismo que nosotros. Por lo tanto, nos encontramos en una etapa de búsqueda, de puesta en común y de aprendizaje. Ciertamente, CiuDem es un proyecto político, como deja bien claro su ideario, pero, por sus características, sienta sus bases en la sociedad civil y no quiere participar en el poder. Los ingleses tiene un nombre para esto: Ciudadanía Activa.

No somos un protopartido, ni un movimiento ideológico. En ningún punto de nuestro ideario se considera la oportunidad de convertirnos en aquéllo de lo que renegamos. No obstante, siempre ha latido en el fondo de nuestro discurso un pulso que ha avivado la discordia y quizás haya dado lugar a muchos desencuentros. Ya antes, cuando formábamos parte de la ALCD, experimentamos cómo todos aquellos que pujaban más fuerte por acelerar la activación del grupo acababan fuera de él. El motivo es que todavía no nos sentíamos preparados, o que no veíamos claro el camino que se nos estaba marcando. Formar una máquina cívica con piezas que por definición son genuinas y singulares es bastante complicado; mucho más cuando las piezas tienen su propia vida y la sana costumbre de pensar por sí mismas. Cuando hablamos de un grupo de personas que deciden juntarse para transitar el camino hacia la democracia, hablamos de gente que lleva ya un trecho recorrido por su cuenta, que no reniega de sí misma - todo lo contrario - y que además va madurando conforme se va haciendo camino. No siempre es posible, y no siempre sale bien.

Mi decisión personal, ahora y hasta que el cuerpo aguante, es permanecer en el grupo, mantenerlo unido y trabajar para que crezca, ya que la democracia no puede conseguirse a base de pocas grandes individualidades, sino con la suma de muchas pequeñas; si no es así, será el gobierno de unos pocos privilegiados, pero no del pueblo.

Reconozco que todavía soy un niño de teta comparado con quienes me rodean en esta empresa. Desde esta posición de aprendiz, he observado a estos ciudadanos ejemplares y he seguido la estela de sus pensamientos. Muchos de ellos comenzaron cuando todavía gobernaba Aznar, resueltos a criticar sus modos arrogantes y la falta de democracia del sistema; Ahora que lo hace Zapatero, en el mandato donde por fin sabremos quién es y qué tiene en la cabeza, los actores han cambiado, pero las circunstancias son las mismas, y por eso siguen ahí. Lo que sí ha cambiado profundamente es la comprensión de nuestro papel como ciudadanos en el juego del poder.

En palabras de mis compañeros, éste es nuestro papel:

Se trata de aferrarnos a la verdad que nutra a la justicia que ampare el derecho, defendiéndola con la razón y el coraje que no deje fisuras a la renuncia.

La muerte la tenemos segura. La vida hay que merecerla, ganándola cada día.
Esta manera de sentir y hacer política no es por la gloria, sino todo lo contrario: es un compromiso con uno mismo, una imagen de lo que somos, proyectada en el futuro, que nos hace sentirnos orgullosos de lo que vamos a hacer y lo que ya hemos hecho.
El pedir LA DEMOCRACIA, así con mayúsculas es una obligación moral de todo ciudadano que no pueda soportar situaciones de ese tipo sin inmutarse. Somos nosotros los que lo tenemos que hacer. Somos nosotros los que lo tenemos que solicitar. Somos nosotros los que nos tememos que movilizar para ello. En circunstancias como éstas, algo nuestro se mueve; esto se mueve.

Pasar a la acción es hacer todo lo que esté en las posibilidades de cada uno por la democracia y por los demás.

La democracia es una forma incómoda de Estado. Incómoda para los ciudadanos, obligados a informarse y participar activamente en la vida socio-política de su Estado si quieren coparticipar de forma responsable en la toma de decisiones. Ello supone una gran inversión de tiempo y un profundo sentido de la responsabilidad.

Tengo una obligación con todas las personas que han invertido su tiempo en conversar conmigo y en desplazarse hasta mi casa para conocerme y que se han arriesgado a abrir su corazón y compartir sus sueños. Tengo una obligación conmigo mismo, por coherencia, y con todas aquellas personas a las que quiero y para las que deseo paz y felicidad.

Ahora que vamos despacio y el calor nos pesa en la cabeza, a ver si saco un poco de tiempo para pensar en cuál puede ser la mejor manera de convencer a la gente de que la culpa de el 90% de nuestros problemas, crisis incluida, la tiene la clase política, de que la realidad no es lo que nos cuentan las noticias, sino lo que nos contamos unos a otros cuando hablamos de nuestros problemas para llegar a fin de mes, de que ya está bien de tragarse el sapo de aguantar horas en una ventanilla para que nos ninguneen, de presentarse a unas oposiciones sabiendo que hay plazas "reservadas", de ver cómo sube el salario de los carguitos municipales más que el precio del gasoil y, sobre todo, que hay que perderle el miedo a hablar de política.